Dejo a Juanra y me voy a comer con María, una
de las “Marías de Bodouakro”. Sí, tenemos cuatro.
María Tejero |
Hemos quedado a comer porque la excusa es
probar vinos y vamos a catar varios. Veremos cómo salimos de ésta…
Tiene una mirada risueña de las que te
cuentan que debe tener un corazón enorme. Nos damos dos besos al encontrarnos y
rápido tomamos posiciones. Enseguida nos ponemos a hablar de nuestros niños,
ella también ha recibido correo de Aidén y entre las diferentes fotos que nos
ha enviado hay unas en la que a François se le ha ocurrido hacer, donde los
niños portan unas pizarras y nos saludan. La verdad es que mola mucho “¡qué detallazo!
Este chico (François) se lo curra. Tiene que ser muy empático para que se le
ocurran cosas así”. Asiento. “Bueno es que todos son admirables, fíjate en
Cristina es de las pocas personas que conozco que se arriesgan a quitarse toda
venda de los ojos. Con todo lo que ha debido vivir, sigue ahí incansable y al
pie del cañón para mostrarnos a ese gran desconocido que es África.” Me cuenta
que estuvo de erasmus en Roma y que allí en la estatua del Nilo en la Fontana dei Quattro Fiumi, el
Nilo se tapa la cabeza… hay distintas versiones sobre los motivos, como el
desconocimiento que se tenía sobre él por entonces. Cree que esa imagen refleja
lo que representa África para nosotros que nos tapamos los ojos por miedo a lo
que nos podemos encontrar. Y así de
pronto, pienso qué tiene mucha razón.
Vamos por el segundo
vino y he decidido dejar de anotar los nombres. Estoy tan metida en la
conversación que si ahora me dieran aguarrás también me lo bebería. Tuvo una
infancia feliz y se nota. Se alegra de haber nacido en una época en que aún
podía jugar en la calle “donde tu mejor aliado era la imaginación” por eso
sueña con poder volar. Aún conserva esa inocencia de la infancia que a veces es
necesaria.
Seguimos hablando de
Bodouakro y de cómo los padrinos estamos consiguiendo que la vida de los niños
y la de la comunidad sean más sencillas. Pero claro, esto es gracias a Aidén
que según ella nos revoluciona con su cercanía, transparencia, con su sentido
del humor y, sobre todo, con su calidad humana…
Quinto vino, me
planto. De aquí salimos cantando el “Hakuna Matata” porque aunque no hemos
arreglado el mundo me quedo con la sensación de que hoy he
conocido a alguien especial que está siempre que se le necesita y eso es de agradecer.
Porque en este barco cuando las velas no tiran remamos con más fuerza.
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