Hasta hace muy poco tiempo, cada año las circunstancias, las actitudes, las capacidades o incluso, la suerte, salpicaban de modo desigual a cada uno de nosotros como un karma. De este modo, a fin de año, analizábamos si, individualmente o en nuestro entorno más próximo, el año había sido bueno, mejorable, malo o peor y así, inaugurábamos enero -aparte de haciendo promesas de hacer deporte o dejar de fumar- anhelando que la buena estrella que nos había acompañado mantuviera su luz o que, al menos, apareciera aunque fuera en las Perseidas de verano, si las cosas habían ido mal.
Pero todo ha cambiado en 2020: el mundo, la vida, las personas, las costumbres, los trabajos... El karma individual parece haber desaparecido y la vida ha transitado hacia una especie de carpe diem colectivo.
A pesar de las pérdidas de seres queridos, de las dificultades económicas y laborales, de la reducción de las actividades sociales y, en general, de todo lo negro que nos ha rodeado en este año, aún quedan personas que creen que en este “nuevo mundo” -que igual se va, pero igual se queda- se pueden tener las mismas ilusiones o incluso otras muchas que nunca imaginaron, que se deben seguir compartiendo proyectos e impulsando buenas acciones, que podemos reír y disfrutar aunque actuando de otro modo, atendiendo a las circunstancias y con nuevos cánones de seguridad y respeto al prójimo, con nuevas reglas o, incluso, expectativas. Se trata de personas convencidas -ya antes de la pandemia- de que el futuro no depende solo de la economía, ni de la política, ni de los virus, sino, en gran medida, de la iniciativa colectiva de la sociedad (que no es un término abstracto, sino la suma de cada uno de nosotros trabajando e ilusionándonos en común), como antónimo del individualismo y con el estandarte de los valores del respeto, el esfuerzo, la cooperación y la solidaridad, pero sin tampoco perder la alegría.
El pasado día 12 de diciembre tuve la gran suerte de acompañar a un conjunto de estas personas en un “tapeo solidario” que surgió de la imposibilidad de celebrar, en 2020, las tradicionales comidas solidarias, por el respeto debido al distanciamiento social y a las limitaciones establecidas por la normativa sobre el número máximo de participantes en reuniones.La organización fue impulsada por un conjunto de madrinas de Bodouakro que siguen pensando que, en estos tiempos, también se pueden realizar acciones bonitas, divertidas y solidarias pero a la vez convencidos de que hay que pensar de otro modo e innovar de acuerdo a las circunstancias de este nuevo mundo.
Esta iniciativa nunca hubiera sido posible sin el apoyo incondicional de Pachi y de Javier, nuestros anfitriones de Celos Lounge Bar (chicos, aún no tenemos palabras suficientes de agradecimiento), que hicieron que todos los que participamos nos sintiéramos, no como en casa, sino “en” casa. Tampoco hubiera sido posible que todo saliera perfecto sin todos los padrinos y amigos que quisieron aportar su granito de arena, acompañándonos y divirtiéndose con nosotros, colaborando con nuestro proyecto y respetando en todo momento las normas para que todo resultara seguro. Fue un encuentro de gente heterogénea, de diferentes edades, profesiones, intereses, pero todos divertidos, implicados e ilusionados por pasar una mañana de sábado diferente, contribuyendo a un bonito proyecto en una espléndida terraza y bajo un sol de diciembre delicioso. Fue un día muy especial para todos y con el que, en estos tiempos tan difíciles, conseguimos nuevos fondos para cubrir las necesidades de nuestros ahijados de Bodouakro para 2021.
Hasta hace muy poco tiempo era imposible pensar que un año podría ser negro para todos y cada uno de los habitantes de nuestro planeta. Está en nuestra mano, y solo en nuestra mano, que los años venideros no sean negros para el conjunto de la humanidad.
Sólo es cuestión de dibujar nuevos caminos. ¿Tienes colores a mano? :)
Sólo es cuestión de dibujar nuevos caminos. ¿Tienes colores a mano? :)