29 feb 2016

Un día especial.

El jardín prohibido.
Sabía que iba a ser un día especial, a veces me doy miedo porque pienso en cosas que después pasan… Quedé sobre las doce con Aidén para recibir a los más aventajados y así tomarnos un café en El jardín prohibido antes de empezar "La sexta comida de padrinos y amigos de Bodouakro", esta vez también vinieron amigos. Llegamos desde Madrid, Galicia, Cantabria, Extremadura, Aragón, La Rioja, La Mancha, Nueva Zelanda y también estaba Sienna que con seis meses rebajó la media de edad de los que estábamos allí y es la más pequeña de nuestra gran familia. Hubo muchas risas y abrazos, había gente que en la vida imaginaron que sus caminos se cruzarían. Entre vinos y la comida que nos preparó Pepe surgieron conversaciones en una mesa en forma de U que se llenó sin orden. Presentaciones, comentarios sobre lo contentos que estamos por la salida a luz de nuestro blog que gracias a él  muchos conocéis qué hacemos en Costa de Marfil y en concreto en Bodouakro, cómo podemos mejorarlo,  preguntas sobre lo que está pasando últimamente en España (tenemos padrinos periodistas) e historias de desconocidos que te descubren a tipos valientes con vivencias tan duras que te hacen pensar que hay muchos héroes anónimos que la vida te los pone delante para aprender de ellos.
Nuestra gran sorpresa.

La comida estaba de vicio pero todos esperábamos el postre que nuestra avanzadilla ya había probado semanas antes y nos había cotilleado que la tarta de queso estaba espectacular. Entre risas y charletas algunos amigos de padrinos se convirtieron en padrinos y encima tuvieron la suerte de ser felicitados en directo. A los demás nos lo hicieron en Twitter y a algunos, los primeros, por mail.
Padrinos.

Llegó la tarta de queso y una sorpresa inesperada. Nuestra Cris, que pensábamos que seguía en Lesbos cubriendo la acción de @PROACTIVA_SERV, se acercó a vernos y nos contó qué había vivido. Escuchándola se nos heló la sangre, se nos encogió el estómago (no entraba ni la tarta) y algunas lágrimas cayeron… poder escucharla siempre es un gustazo. Acongojarte y seguidamente sonreír, con ella, es todo uno. Transmite la fuerza y las ganas de seguir hacia adelante y junto con Aidén nos contagian.

Seguimos dándole vueltas al “coco” para que los proyectos salgan adelante. Poco a poco, con mucha paciencia y siempre con los pies en el suelo.
Amigos.




No todo fueron lágrimas, ¿eh? que somos una “familia” que sabemos adaptarnos a lo que venga y por supuesto llegaron “las copas” que no sirvieron para exaltar la famosa “amistad” porque los lazos se estrecharon antes de empezar gracias a nuestra Aidén que se deja la piel para reunirnos a todos dos veces al año.
Más padrinos.

"Las Marías de Bodouakro"

 Y así pasamos un día que se adivinaba especial y terminó siendo tan bueno como la tarta de queso de Pepe.




16 feb 2016

Hoy charlamos con... Aidén

¡Las seis! ¡No llego! Me va a matar, lo sé. Pero lo hará después de darme uno de esos abrazos que una vez que los pruebas ya no te olvidas de ellos. Y es que hay gente que sabe abrazar…

 Miro el móvil:
“- Guapa!! dd. estás??
-Llegando!! Lo prometo!!”

Seis y media, llego a la terraza donde hemos quedado… “Me cago en la leche! Me ha vacilao! Qué capulla!” Aparece subiendo la calle partiéndose de risa… Suena “SI” de Zaz “Ayyy me encanta esta canción!” Después de saludarnos pedimos dos Estrellas Galicia y me temo que van a ser varias. Creo que correrá como la sangre en ese pasaje de “Cien años de soledad” (uno de sus libros preferidos).

Empezamos a hablar de África y de cómo Cristina le contagió su amor por Costa de Marfil. Sus funciones en Global Humanitaria eran diferentes hasta que Cristina le empezó a hacer pequeños encargos siempre y cuando ella quisiera y acabó metiéndose de lleno en los proyectos dispuesta a darlo todo por ellos. Me cuenta que cuando iniciaron el apadrinamiento fueron a Bodouakro a trabajar sobre el terreno y allí comprobó que las necesidades de aquella gente no tienen nada que ver con las de los más pobres de aquí. Pero a pesar de éstas, aquella gente lo da todo: hospitalidad, amabilidad, respeto… destaca su calidad humana, sus sonrisas perennes, su humildad y el orgullo de raza. De allí volvió, después de nueve horas, del revés con “el mal de África” y aún, hoy, siente nostalgia por volver. Ahora, sabe que necesita menos abrigos y más amigos me dice rotunda.

Amigos como Cristina a la que considera una “maestra” que le ha enseñado a tener paciencia, a luchar, a no darse por vencida, a saber que se puede llorar y a los cinco minutos reír a carcajadas, a ESTAR y no sólo de palabra. Y es que la fuerza, la energía, calidad humana que tiene están por encima de su imagen pública que puede hacer que tengamos una idea errónea de ella y lo demuestra luchando por los proyectos que se propone.

Aidén
Pasa por las redes sociales de puntillas. Prefiere el cara a cara y un café por delante aunque reconoce que son una herramienta útil para estar en contacto con los padrinos que están desperdigados por España. A estos agradece su implicación en los proyectos. Ella tenía claro desde el principio la relación que quería tener con ellos, idea que apoyó Cristina. No quería para Costa de Marfil padrinos que se limitaran a recibir por Navidad un dibujo de su ahijado y que se sintieran cómodos por ayudar a “un negrito” y aunque no con todos, consiguió su preocupación por los proyectos, los niños, la comunidad… para ello se encarga de mantenerlos informados sobre todo lo que se hace en Bodouakro y en los proyectos que dirige Cristina.


Así lucha por uno de sus sueños: que haya alfabetización y sanidad en cualquier rincón, que no existan fronteras, que las guerras sean estudiadas como ejemplos de la maldad humana… “Sueño con oportunidades porque soñar es uno de los lujos que todos nos podemos permitir.”

9 feb 2016

MOTOS, ÁFRICA Y SONRISAS DE PLATA

He de reconocer que me cuesta mucho escribir, pero me apetecía compartir con toda la familia de Bodouakro, cual fue “mi primera experiencia” con África.

Llegó por casualidad, ya que por mi afición a las motos, decidí un día comprar el libro que Isidre Esteve, un piloto de motos de Raids como el Dakar, publicó después de quedarse en silla de ruedas por un accidente en la Baja Almanzora, en el desierto de Almería. Sabía que ese libro me iba a aportar muchas cosas a la hora de enfrentarme a la vida y a las motos, pero jamás pensé que me transportaría de esa manera a África, a la bondad de sus gentes y en especial a la inocencia y alegría de los niños. Una tierra que para siempre se ha ganado un trozo de mi corazón.

Aunque no te gusten las motos, creo que es un libro que debes leer, porque es una lección de vida, optimismo y superación, especialmente la parte en la que Isidre habla con tanta ternura y sentimiento de África, tras años compitiendo en el Rally Dakar.

Frases como “Los africanos son pobres, pero siempre sonríen”, “los niños se hacen juguetes con tres hierros, y balones de reglamento con calcetines”, “conocen la felicidad, mientras que aquí como mucho aspiramos a la tranquilidad” dan para pensar en qué nos hemos convertido en el mal llamado “primer mundo” dónde solamente aspiramos a tener más que el vecino o a ser más que el de enfrente.

Sin duda una de las partes que más me impactó, y desde que colaboro con Bodouakro, he podido vivir esa realidad en mi persona, es otra cita del libro que dice “En los países que pasa el Dakar, si uno le da un caramelo a un niño, éste se lo agradece con una sonrisa de plata, pero si se lo pide, se lo devuelve sin rechistar. Aquí, ni con la bicicleta ultramegaespacial o con el caramelo más sofisticado de sabor a limón exprimido o relleno de chicle están contentos…” y creo que todos los que colaboramos en esta maravillosa familia, lo vemos cuando nos hacen llegar las fotos con sus regalos de “Reyes”, pinturas, libros, cuadernos y algún juego. 

Regalos que a los niños de aquí les harían enfadar porque no es una Play Station, unas botas caras de Messi o Ronaldo, o la mejor bici del mercado y que sin embargo en sus miradas y en sus caritas, ves que en ese momento se creen los niños más afortunados del mundo... Y seguramente lo sean!!

Tengo que reconocer que muchas veces siento envidia de África, de esa sociedad pura en la que aunque no tengas nada, si puedes ayudar al vecino lo harás. Ojalá algún día podamos cambiar la nuestra y aprendamos a ser felices con lo que tenemos y no con lo que podríamos o mal creemos que deberíamos tener.


Espero no haberte aburrido mucho con estas líneas, y te animo a que leas este libro que me hizo acercarme a África y ver la vida de otra manera. El libro se llama "La suerte de mi destino".

Para finalizar, si has llegado a esta página por casualidad y todavía no te has decidido a apadrinar, hazlo por favor. Llena tu vida para siempre de Sonrisas de Plata
 

8 feb 2016

Hoy charlamos con... François

Empezamos una serie de cervezas virtuales en las que me voy a dar el lujo de poder conversar con gente interesante relacionada con Bodouakro. De ellas estoy segura de que voy a aprender mucho, que es una de las cosas que más me gustan, arrimarme, escuchar y empaparme. Meteos en situación e imaginad una terraza, la que más os guste, porque allí estaré tomándome una birra acompañada. Sentaos, no habléis mucho  y escuchad. ¿vamos?

Hoy me la tomo con François, el famoso ‘cartero de Bodouakro’. Permitidme la frivolidad pero da gusto verlo, eh? Nació en una familia de pequeños campesinos en un campamento donde sólo vivía su familia y jugaba con sus amigos que vivían en campamentos cercanos. A los siete empezó a ir a una escuela que estaba a tres kilómetros de su casa, sus hermanos y él salían de casa temprano y volvían por la tarde. Sonríe y recuerda una canción que cantaban cuando se acercaban las vacaciones de verano: “Gaie gaie écoliers c’est bientôt les vacances ! Gaie gaie écoliers c’est bientôt nous partirons.” Me doy cuenta de que su infancia no difiere mucho de la de los enanos que apadrinamos pero intuyo que fue feliz, creo que supo conformarse con la vida que le había tocado.

François, el cartero de Bodouakro.
Llegó a Global Humanitaria en 2008 y en 2011 empezó a coordinar las actividades de apadrinamiento en la escuela de Bodouakro guiado siempre por Aidén a la que quiere y de la que aprende mucho, sobre todo a hacer bien su trabajo y que siempre esté a tiempo. La comunicación entre ambos es diaria. François abre cada mañana su correo electrónico para organizar el trabajo diario y pone su moto a punto. Entre imprimir y escanear cartas, reenviarlas a España, actualizar y afiliar a niños nuevos que llegan a la escuela, comprar los regalos para ellos, viajar a la escuela de Bodouakro y atender los proyectos que lleva Cristina en otros campamentos pasa los días. Pero cuando va a la escuela sabe que va a ser recibido con gritos, risas y que lo bombardearán con preguntas sobre los padrinos. François es feliz, sabe que es una pieza importante entre los padrinos, a los que agradece infinito su implicación en la educación de los niños, estos, sus familias, Aidén y Cristina a la que admira y cuenta lo importante que es para Costa de Marfil, sobre todo para la región del Alto Sassandra. Destaca su esfuerzo por sacar adelante los proyectos que hacen que la vida de los hombres, mujeres y niños de la zona sea más llevadera.

Acaba contándome que le gustaría que muchos niños pudieran tener lo mismo que los nuestros, en sus viajes a otros campamentos ha visto a niños con las mismas necesidades que tenían los niños de Bodouakro, mala alimentación, sin escolarizar, ropas rasgadas… Le pregunto por España y me dice que es un país generoso, hospitalario y trabajador… aquí la que se ríe soy yo pero callo.


No ha sido una birra, por cierto he probado la ‘Flag’ de Costa de Marfil y mola,  como os podréis imaginar. Bueno, la única que ha bebido soy yo porque Françoise no bebe alcohol. Acabo con la rara sensación de haber conocido a alguien que dentro de sus necesidades su vida es diferente a los de su entorno, tiene contacto con un exterior distinto y sabe que lleva alegría a un lugar donde los pequeños aun no saben  lo que la vida les depara. Se va con un libro bajo el brazo “Los soles de la independencia” del escritor senegalés Amadou Kourouma.